Crónica de un rodaje quijotesco.
En un Lugar de Londres, de cuyo nombre no quiero acordarme, el Capitán Chaos, también conocido como Terry Gilliam suspira y se lamenta en un rincón, esperando terminar una película condenada a no estrenarse jamás.
The Man Who Killed Don Quixote es un proyecto que me fascina doblemente, por una parte debido a la gran admiración que siento hacia el director de obras maestras como Brazil y Los Héroes del Tiempo, sin olvidarnos de sus geniales secuencias animadas durante su permanencia en Monty Python, un estilo crudo, barato, sumado a una animación cochambrosa que plantaría la semilla entre otros de la serie South Park y sus docenas de pésimas imitaciones.
Por otra parte, Don Quixote emite esa aura de fatalidad tan misteriosa y seductora, con reminiscencias de las grandes películas malditas de la historia del cine que nunca vieron la luz: el delirante Superman de Tim Burton, el no menos absurdo film de Los Cuatro Fantásticos de Roger Corman, el soñado Napoleón de Kubrick, el imposible Dune de Jodorowsky.
Es el encanto de los llamados underdogs, de aquellos que tuvieron mala suerte a pesar de tenerlo todo a su favor, despertando en mí una empatía especial, que solo los proyectos víctimas de la faceta más cruel de la Ley de Murphy pueden lograr.
Y no soy el único, prueba de ello es el soberbio documental Lost in La Mancha, una crónica de un rodaje desastroso.
Sinceramente, le diría a Mr. Gilliam: «por la gloria de su madre, haga una campaña de Kickstarter y acabemos con tanta agonía. Sé que el crowdfunding ha perdido su magia a causa del abuso de creadores populares y de auténticos fiascos, a saber el videojuego Mighty Number 9, el anillo inteligente Smarty Ring o el mini dron Zano, pero por usted, estoy seguro que el milagro podría hacerse realidad.»
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